Ligações entre o Capitalismo e a imigração na França
por A-24, em 07.04.13
Alain de Benoist - En 1973, poco antes de su muerte, el presidente francés Georges Pompidou admitió haber abierto las compuertas de la inmigración a petición de un gran número de hombres de negocios que estaban dispuestos a aprovechar una dócil mano de obra barata, carente de conciencia de clase y de una tradición de lucha social. Esta medida estaba destinada a rebajar los salarios de los trabajadores franceses, reducir su derecho a la huelga y, además romper la unidad del movimiento obrero. “Los grandes patrones”, decía Pompidou, “siempre quieren más”.
Como es sabido, Francia optó por la inmigración extranjera a partir del siglo XIX. La población inmigrante era ya de 800.000 en 1876, llegando a la cifra de 1.200.000 en 1911. La industria francesa fue el principal centro de atracción para los
inmigrantes italianos y belgas primero, seguidos después por los polacos, españoles y portugueses. Esa inmigración, no cualificada y no sindicalizada, permitió a los empleadores evadir los crecientes requisitos relativos a la legislación laboral.
En 1924, por iniciativa de la Comisión de Minas de Carbón y los grandes agricultores del noroeste de Francia, fue fundada una Agencia General para la Inmigración”. Se abrieron oficinas de empleo en Europa para reclutar trabajadores inmigrantes que operaban como auténticas aspiradoras de mano de obra barata. En 1931 había 2.700.000 extranjeros en Francia, es decir el 6,6% de la población total. En ese momento Francia tenía el nivel de inmigración más alto del mundo (515 inmigrantes por cada 100.000 habitantes). Esta fue una manera práctica para un gran número de grandes empleadores para hacer bajar los salarios. A partir de entonces el capitalismo busca hacer competitiva la fuerza laboral con la ayuda de los ejércitos de reserva de los asalariados.
Después de la 2ª Guerra Mundial, los inmigrantes comenzaron a llegar mayormente de los países del Magreb: primero de Argelia, después de Marruecos. Camiones fletados por grandes empresas( especialmente de la industria del automóvil y de la construcción) llegaron por centenares para reclutar inmigrantes en el acto. Entre 1962 y 1974 casi 2.000.000 de inmigrantes adicionales llegaron a Francia, de los cuales 550.000 fueron reclutados por el Servicio Nacional de Inmigración (ONI), un organismo estatal, sin embargo controlado realmente por las grandes empresas.Desde entonces, la tendencia ha crecido.
Las grandes empresas y la izquierda: una santa alianza
El católico liberal y conservador Philippe Nemo observa acertadamente:
“En Europa hay personas a los mandos de la economía que sueñan con traer a Europa mano de obra barata. En primer lugar, para hacer trabajos para los cuales la mano de obra local es escasa. En segundo lugar, para hacer bajar los salarios de otros trabajadores en Europa. Estos lobbys, que poseen todos los medios necesarios para ser atendidos, ya sea por los gobiernos o por la Comisión en Bruselas, están, en general, a favor de la inmigración y la ampliación de Europa, que facilitaría considerablemente la migración de mano de obra.
Según cifras oficiales, los inmigrantes representan 5 millones de personas, lo que significa el 8% de la población francesa en 2008. Los hijos de inmigrantes, descendientes directos de uno o dos inmigrantes, son 6,5 millones de personas, es decir el 11% de la población. El número de ilegales se estima que está entre 300.000 y 500.000. (La expulsión de los inmigrantes ilegales cuesta 232 millones de euros anuales, es decir, 12.000 euros por caso). Por su parte el demógrafo Jean-Paul Gourévitch estima que la población de origen extranjero que vive en Francia en 2009 es de 7,7 millones de personas (de los cuales 3,4 millones son de origen magrebí y 2,4 millones son de origen subsahariano), es decir: 12,2% de la población francesa. En 2006, la población inmigrante representó el 17% de los nacimientos en Francia.
Mientras la inmigración le genera al sector privado más de lo que le cuesta, esta le cuesta al sector público más de lo que le aporta. La inmigración es un buen negocio para los patrones pero uno muy malo para la sociedad en su conjunto.
El coste global de la inmigración en Francia ha sido calculado: según un estudio redactado por Jean-Paul Gourévitch, el costo de la política migratoria de Francia (los gastos que el Estado dedica para la inmigración) alcanza hoy los 80.000 millones de euros al año, de los cuales cerca las tres cuartas partes (59.000 millones de euros) van para los costos sociales. Los ingresos que genera la inmigración en Francia se eleva a 49.000 millones de euros (las dos terceras partes son debidas a la fiscalidad directa (Estado y colectividades locales) e indirecta (IVA y TIPP, el impuesto sobre los carburantes). El déficit de las finanzas públicas se eleva pues a 31.000 millones de euros al año. A estos gastos hay que añadir el costo social de la inmigración: Justicia, policía, vigilancia de fronteras, repatriación de los ilegales, los daños generados por la criminalidad generada por la inmigración, etc… Se calcula en 38.000 mil millones de euros al año el coste total de la inmigración en Francia, es decir casi dos puntos del PIB.
En conclusión: La inmigración no tiene efectos globalmente positivos sobre las finanzas públicas, ya que la inmigración de poblamiento le cuesta al Estado más de lo que aporta, mientras que la inmigración de trabajo si aporta algo más de lo que cuesta, siempre que no sea clandestina.
En este sentido, es sorprendente observar cómo las redes que actúan en nombre de los “sin papeles”, a cargo de la extrema izquierda (que parece haber descubierto en los inmigrantes su “sustituto de proletariado” sirven a los intereses del gran capital. Las redes criminales, traficantes de personas y de mercancias, las grandes empresas, activistas de “derechos humanos” y empleadores que contratan “en negro”", todos ellos en virtud del libre mercado, se han convertido en defensores de la abolición de las fronteras en nombre de los intereses de la clase trabajadora.
El que critica el capitalismo, mientras aprueba la inmigración, cuya primera víctima es la clase obrera, haría mejor en callarse. El que critica a la inmigración, mientras permanece en silencio sobre el capitalismo, debería hacer otro tanto.